Skip to main content
Archivo

La Biblioteca Pública de Buenos Aires —antecesora directa de la Biblioteca Nacional

( 20-10-2012).-La Biblioteca Nacional, en cuya historia pueden verse los trazos elocuentes de nuestra historia, ha sido atravesada, a veces mellada, otras veces impulsada, por la vida política más amplia.
No es posible pensarla, trabajar en ella, investigar sus salas de
lectura o tomarla como pieza de la política cultural argentina, sin
tener en cuenta el vasto eco que ofrece —como si fueran los “ecos de
un nombre” borgeano, de los avatares de la propia memoria nacional.
Venir a ella supone adentrarse en la propia historia de la lectura en
la Argentina. Fue creada por decreto de la Primera Junta, el 13 de
septiembre de 1810. Su primera sede estuvo en la Manzana de las Luces,
en la intersección de las actuales calles Moreno y Perú. En éste lugar
se instalaron los Jesuitas en 1.633. Aquí, la Compañía de Jesús
construyó numerosos edificios, algunos de los cuales aún de conservan;
la Procuraduría de las Misiones, la Casa de Renta y la Residencia del
Procurador. Luego de la expulsión de los jesuitas en 1.767, esos
edificios albergaron la antigua sede de la Universidad de Buenos
Aires, la Academia de Medicina, el Departamento de Ciencias Exactas, y
la Sala de Representantes Legislatura y Congreso Nacional.La Junta
pensó que entre sus tareas estaba la de constituir modos públicos de
acceso a la ilustración, visto esto como requisito ineludible para el
cambio social profundo. Mariano Moreno impulsó la creación de la
Biblioteca como parte de un conjunto de medidas —la edición, la
traducción, el periodismo— destinadas a forjar una opinión pública
atenta a la vida política y cívica. En sus comienzos funcionó con
donaciones y estuvo bajo la protección de Mariano Moreno. Así, la
Gazeta y la traducción y edición del Contrato Social se hermanan en el
origen con la Biblioteca. Precisamente el escrito estremecedor de la
Gazeta titulado “Educación”, en donde se anuncia la creación de la
Biblioteca en 1810, posee todas las características de un documento
alegórico, bélico y literario a la vez, pieza muy relevante del
pensamiento crítico argentino.

Pocos meses antes, el propio Moreno y Cornelio Saavedra firmaban la
orden de expropiar los bienes y libros del obispo Orellana, juzgado
como conspirador contra la Junta. Así se constituyó el primer fondo de
esta Biblioteca, enlazada desde el comienzo con la lucha
independentista y la refundación social. También integraron el primer
acervo las donaciones del Cabildo Eclesiástico, el Real Colegio San
Carlos, Luis José Chorroarín y Manuel Belgrano. Sus primeros
bibliotecarios y directores fueron el doctor Saturnino Segurola y Fray
Cayetano Rodríguez, ambos hombres de la Iglesia. Luego, vendrían
Chorroarín y Manuel Moreno, hermano y biógrafo del fundador. Los
nombres que se suceden son hilos de una trama histórica y cultural:
Marcos Sastre(1852),
Carlos Tejedor(1853), José Mármol(1858), Vicente Quesada, Manuel
Trelles(hasta 1884), José Antonio Wilde (quien fue primer Director
Nacional, quien le proporcionó a la biblioteca un nuevo reglamento).
La Biblioteca significaba un cruce, que ya estaba en la vida de estos
hombres, entre los compromisos políticos y las labores intelectuales.
En estos nombres encontramos la huella de autores de obras que forma
parte del memorial del lector argentino, como El Tempe argentino, de
Marcos Sastre, la novela Amalia, de Mármol, o la obra historiográfica
de Quesada. Algo del Salón Literario de 1837 se alojaba en la
Biblioteca Nacional de los años 80, sin contar que uno de sus
directores, Tejedor, sería después uno de los directores de la guerra
perdida por los batallones de la ciudad de Buenos Aires contra las
fuerzas federalizadoras.De una manera u otra, la Biblioteca Nacional
se situaba entre las más altas experiencias literarias —del signo que
fueran— y los ecos no callados de las guerras que recomponían las
formas del poder nacional. Ya Groussac había percibido esta marca
inaugural en la magnífica historia de la Biblioteca Nacional que
escribe al iniciar su propia gestión, a la que ve como activadora de
una confluencia de las viejas corrientes literarias y políticas, y la
formación de un nuevo espíritu de rigor argumental e investigativo.La
adquisición por parte de la Biblioteca del carácter de Nacional,
recién en los años 80 del siglo XIX, guarda inequívoca correspondencia
con la evolución de las instituciones del país. En el momento de
efectiva formación del Estado nacional, la Biblioteca se erigió como
reservorio patrimonial y cultural. Paul Groussac protagonizó el nuevo
período de modernización y estabilización, acorde con el clima general
de la época (en 1885 fue designado Director quien la dirigió hasta su
muerte en 1929). Por gestión personal de su director, la Biblioteca
Nacional obtuvo un edificio exclusivo en México 564, donde los
bolilleros atestiguan su destino original, el de Lotería Nacional. La
gestión de Groussac duró más de cuarenta años, y entre otras cosas
logró que la Biblioteca fuera un punto de referencia para el
pensamiento argentino, en especial en temas históricos y de crítica
literaria. Logró aliar la acumulación bibliográfica (se duplicaron los
fondos patrimoniales y se creó la Sala del Tesoro), con la forja de un
centro considerable de creación y pensamiento, que se expresó incluso
en prestigiosas publicaciones.Durante el siglo XX hubo dos largas
gestiones recordadas por razones diversas. La primera, fue la de
Gustavo Martínez Zuviría, autor de libros de venta masiva y difusor de
posiciones antisemitas. Al frente de la Biblioteca durante un cuarto
de siglo, desplegó una vasta labor de compras bibliográficas,
publicación de documentos e intervención en los debates culturales.
Este controvertido y prolífico autor, también deseó relativizar el
peso de Mariano Moreno en la fundación de la Biblioteca, restándole
así valor a su origen revolucionario. Durante el largo período de
permanencia de Martínez Zuviría se compró la importante colección del
hispanista francés Foulché-Delbosc, esencial para el estudio de la
historia de España. La dura controversia que mantuvo el poeta y
ensayista César Tiempo con Martínez Zuviría es uno de los momentos
recordables que atesora la memoria de la institución y prueba de que
siempre fue ella misma un documento de cultura atravesado por todas
las tendencias culturales e ideológicas de las épocas más vehementes
de la historia argentina. La otra presencia capital en la Biblioteca
Nacional —cuya espesura cultural y literaria era de características
bien diversas a la anterior, pero no a la de los tiempos largos que
quedaron impregnados por el sello personal de Groussac— A partir de
sus directores fueron. El 10 de diciembre de 1930 se nombró a Carlos
F. Melo, cuya gestión se extendió hasta su muerte, el 10 de octubre de
1931. Lo sucedió 1930 Gustavo Martínez Zuviría, José Luis Trenti
Rocamora como interventor y Raúl Touceda hasta octubre de 1955, año en
que se produce la Revolución Libertadora y en el que designa como
Director al prestigioso literato Jorge Luis Borges. Durante su
dirección se gestiona la construcción del edificio de la Biblioteca
Nacional, fue obviamente la de Jorge Luis Borges. El autor de “La
Biblioteca de Babel” supo erigir a la Biblioteca como tema de
pensamiento y literatura, y gestionar la institución junto con el
subdirector José Edmundo Clemente, quien asimismo fue muy activo en la
construcción del nuevo edificio, situado en la manzana que antes había
alojado a la residencia presidencial en que habían convivido Juan
Domingo Perón y su esposa Eva Duarte. El itinerario urbano, catastral
y arquitectónico de la Biblioteca Nacional también revela su íntimo
apego a las alternativas más dramáticas de la vida nacional.
Precisamente la Biblioteca fue objeto de una prolongada empresa
arquitectónica que abarcó desde la concepción de la necesidad de un
nuevo edificio en 1960, cuando la ley 12.351 destina tres hectáreas
para su construcción, entre las avenidas del Libertador General San
Martín y Las Heras, y las calles Agüero y Austria, hasta su
inauguración, recién en abril del 1993. A partir del correspondiente
concurso de anteproyectos, la obra fue adjudicada a los arquitectos
Clorindo Testa, Alicia D. Cazzanica y Francisco Bullrich. Aún están en
vías de realización algunas partes del proyecto original. La piedra
fundamental del edificio actual fue colocada en 1971 y la morosa
construcción estuvo a cargo de distintas empresas: Compañía Argentina
de Construcciones, José E. Teitelbaum S.A. y Servente Constructora
S.A. En 1992, coincidiendo con otra fuerte modernización urbana, el
edificio fue finalizado. Su estilo a veces llamado “brutalista” —sin
duda una de las variantes del expresionismo del siglo XX—, es siempre
motivo de interrogación y estudio por los estudiantes de arquitectura.
Irrumpe en los estilos arquitectónicos del tejido de la ciudad que la
aloja, con una fuerte voz irreverente, escultórica y pampeana, que no
deja hasta hoy de formar parte del acervo de las discusiones
culturales argentinas. Un año más iba a demorar el complejo traslado
del material bibliográfico y hemerográfico desde la antigua sede de la
calle México. Un fondo que, como puede apreciarse en los catálogos, no
se limita a la producción nacional —aunque éste es, sin dudas, su
centro—, sino que incluye importantes ediciones extranjeras. Menos
dotada cuantitativamente que otras bibliotecas nacionales hermanas de
Latinoamérica y aún en proceso su ansiado momento de ponerse a la par
de los horizontes de modernización característicos de la época
contemporánea, la Biblioteca Nacional de la República Argentina sin
embargo posee un patrimonio cuya calidad es de excelencia,
indispensable para considerar la bibliografía y la hemerografía de la
historia nacional en sus más variados aspectos, y particularmente rica
en lo que hace a los antecedentes remotos o más mediatos de la
formación social, económica y simbólica de la nación. La Biblioteca
Nacional, en cuya historia pueden verse así los trazos elocuentes de
la historia nacional, ha sido entonces atravesada, a veces mellada,
otras veces impulsada, por la vida política más amplia. No es posible
pensarla, gestionarla, trabajar en ella, investigar sus salas de
lectura o tomarla como pieza de la política cultural argentina, sin
tener en cuenta el vasto eco que ofrece —como si fueran los “ecos de
un nombre” borgeanos—, de los avatares de la propia memoria nacional.
Venir a ella supone adentrarse en la propia historia de la lectura en
la Argentina y en las complejas urdimbres sus pliegues simbólicos y
materiales. Fuente: Biblioteca Nacional de de la República Argentina