Skip to main content

Este 19 de Junio se celebra el centenario del nacimiento de «El rey del chamamé», Don Tarragó Ros. Desde niño eligió la música para expresarse. Su estilo y su lenguaje acordeonístico definen a una de las corrientes chamameceras más relevantes de la música del litoral. Murió en Rosario en 1978.

Según el acta de nacimiento del  22 de Junio de 1923, Antonio Ros se presentó ante el jefe del Registro Civil de Curuzú Cuatiá para declarar que “el día 19 del corriente a la  hora 1.00, en su domicilio, nació el varón Tarragó, color blanco, hijo natural del declarante y de Florinda Reyna”. Años después, músico popular llamado «El rey del chamamé».

Los padres de Tarragó se casaron años después. Tenían una barraca de cueros, allí Tarragó conoció peones, mariscadores y gauchos y los sábados a la tarde veía pasar caminando a los músicos que iban con sus guitarras y acordeones rumbo al baile.

De niño, don Tarragó tocaba la armónica y, aunque los padres lo incentivaron a tocar el piano, él eligió el acordeón, la armónica y la batería. A los 15 años ya integraba conjuntos con su hermano y con amigos. “Se decidió por el acordeón porque lo acercaba más a los paisanos, él admiraba mucho a la gente de campo. Cuando en Rosario veía a gente de campo que venía a la ciudad, sentía nostalgia de cuando en el campo de mi abuelo veía a los gauchos que venían a la barraca a traer los cueros”, cuenta Antonio, su hijo.

A los 17, ya decidido por el chamamé, emprendió las primeras giras. Con otros músicos se subían al tren y se ganaban unos pesos tocando para los pasajeros. En una de esas aventuras llegaron a Buenos Aires. Una noche de 1942 tocó con su conjunto en Monte Caseros. El periódico El eco publicó una estampa y describió a Tarragó como “alto, delgado, vestido con sobria elegancia, cabellera abundante, ojos negros, pobladas cejas y corbata con lazo grande cubriendo la larga pechera”. Ese fue su estilo, su imagen de siempre. “Un lírico que soñaba con el arte divino del alma, parecía una figura arrancada al pasado”, dice su hijo Antonio en una biografía musicalizada.

En 1940 integró el conjunto Melodías guaraníes con Adolfo Bargas y Edgar Estigarribia, entre otros. En 1945 aportó su obra Por qué te fuiste para la grabación del Trío Taragüi y en 1949 formó su propio conjunto. En 1954 realiza sus primeras grabaciones con los guitarristas Antonio Niz y Felipe Lugo Fernández.

En esos años 50 se radicó en Rosario. Tocaba en el conjunto de Emilio Chamorro en La Ranchada (después lo compró Ramón Merlo y le puso El rancho), en Rodríguez y Arijón. Vino en reemplazo de Tránsito Cocomarola, quien con su esposa Anita tuvo a Coqui y luego se fueron a Corrientes.

Le gustaba mucho la ciudad, la noche de Rosario, tenía muchos amigos que tocaban en los cabarets, era amigo de los payadores, de los artistas de los radioteatros.  “Él amaba Rosario. Sus grandes amigos eran el pintor Raúl Domínguez y también Arsenio Aguirre”, recuerda Antonio.

“Don Tarragó vestía finas ropas bordadas, tenía modales suaves, hablaba lo indispensable, sus pocas palabras eran certeras y sus comentarios siempre contundentes. A pesar de su buen sentido del humor, decían que era triste y melancólico, lo cual contrastaba con la alegría exultante que transmitía con su acordeón. Plantado en el escenario, casi inmóvil, dejaba que la música hiciera todo. Con sencillez y pasión, el ritmo que ofrecía con su acordeón era desbordante, irresistible”, recita Antonio en otro tramo de la biografía.

Compuso centenares de obras. Con Madrecita muchos aprenden a tocar el acordeón, son pocas notas. El curuzucuateñoDe espuelas y alpargatasLa pena del acordeonistaDon Gualberto, entre otros, son temas interpretados por todos los tarragoseros. A propósito, los tarragoseros, antes de subir al escenario, recitan un juramento: unas décimas que los diferencia de los demás chamameceros. El objetivo es que la energía tarragosera sea canalizada hacia buenas acciones, como le gustaba a Tarragó. “No estar por estar en escenario, ser buen compañero con los músicos, con los mayores, sembrar eso”, afirma su hijo Antonio.

 

Tarragó Ros recibió múltiples premios en vida. Además, ya fallecido Tarragó, Julio Mahárbiz durante su gestión como director de Radio Nacional, decidió ponerle el nombre de Tarragó Ros al auditorio de la filial de la emisora en Rosario.

Cristino Romero, del diario de Curuzú Cuatiá llamado La idea, fue el que lo definió en una nota como “el rey del chamamé”. Ese recorte se conservó y años después lo descubrió Emilio Chamorro quien lo hizo circular por todos lados, incluso en revistas de Buenos Aires. “A papá le daba escozor semejante definición”, explica Antonio.

En sus últimos años en Rosario vivía en una casa alquilada siendo una gran figura. Estaba muy enfermo, pero no bajaba las banderas del chamamé. Llegó a grabar 44 temas en 78 rpm y 23 LPs, entre ellos el disco Los grandes del litoral con Ramona Galarza en 1978.

“Mi papá es muy amado, porque él era de querer a la gente y la gente se daba cuenta de eso, era un ídolo alcanzable, como un santito que tenés en tu mesa de luz que por ahí aparece y come una torta frita con vos”, lo define Antonio.

En los últimos años llevaba una pastilla sublingual por si le daba un infarto, la tenía en la corralera. Tenía botas con cierre porque tenía tal cardiopatía que se le hinchaban las piernas y los pies y no quería dejar de tocar. Tenía esas precauciones por su precario estado de salud.

“Dios le quedó debiendo algo, mi papá tendría que haberse ido en un escenario de un baile y no en un sanatorio. Murió con 54 años, los artistas de hoy no lo conocieron y sin embargo su fuego y su bandera siguen vigentes, con fidelidad a su estilo”, concluye su hijo, quien continúa con el legado. Tarragó Ros murió a las 14 horas del sábado 15 de abril de 1978 en su amada Rosario.